lunes, 28 de agosto de 2017

Las lenguas de España





  Es hecho evidente que España es un país formado históricamente a partir de diferentes reinos surgidos en la edad media y de ahí se explica la pluralidad cultural y social existente, siempre enriquecedora. España no es una, como erróneamente promulgaba el franquismo fascista o el afán imperial de los reyes católicos allá en el siglo XV. Parte de ese rico patrimonio multicultural lo constituyen las diferentes lenguas que a día de hoy se hablan en el país, patrimonio vivo, porque lo forman los diferentes pueblos que las hablan.
  Así pues, resulta patético que aún hoy, después de tantos años de democracia pacífica, resalten voces en contra del uso de otras lenguas distintas a la castellana dominante. Las lenguas, al igual que los pueblos que las hablan, están sujetas a un nacimiento y evolución histórica que algunos parecen ignorar. A excepción del euskera, cuyo origen es más difícil determinar aunque todo apunta a que se trate de una lengua pre-indoeuropea, el castellano, el catalán y el gallego/portugués son el resultado de la evolución del latín, la lengua traída por los romanos, en la península ibérica. Son por tanto lenguas que van unidas a manifestaciones culturales, con su propia literatura.
  Todo español o española debería sentirse orgulloso por cada una de estas lenguas sujetas a culturas tan ricas y en verdad resulta vergonzoso que desde el gobierno central no se haya potenciado su estudio en colegios, institutos o universidades más allá de las fronteras de las comunidades autónomas donde se hablan. Habría que darles la importancia similar que se le da al estudio de otras lenguas habladas en otros países, como son el inglés, francés, alemán, etc.
  Resulta triste y paradójico que haya gente que se indigne cuando se dirigen a ellos en otra lengua que no sea el castellano, especialmente cuando se encuentran en Catalunya, Euskadi o Galicia. Es normal que ocurra, nadie tiene por qué saber las lenguas que hablas. A mi me ha pasado, me han confundido con un catalán o vasco, y cuando ven que sólo hablo castellano me responden en la misma lengua, y si no –esto sólo me ha ocurrido unas pocas veces – pues no me lo  tomo a mal, porque en la mayoría de los casos se debe a despistes y además entiendo perfectamente lo que me están diciendo. Tienen todo el derecho del mundo a hablarme en su lengua.
   No me gusta ser mal pensado, pero intuyo que  los que se escandalizan por el uso de otras lenguas distintas al castellano -y no por las desigualdades económicas y sociales que fomenta hoy en día el neoliberalismo capitalista, por ejemplo-  es porque todavía conservan en sus conciencias clichés del más casposo franquismo.

Javier Carrasco